Rimas de Bécquer


I

Yo sé un himno gigante y extraño 
que anuncia en la noche del alma una aurora, 
y estas páginas son de este himno 
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirlo, del hombre 
domando el rebelde, mezquino idioma, 
con palabras que fuesen a un tiempo 
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra 
capaz de encerrarlo y apenas, ¡oh hermosa!, 

si teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera al oído, contártelo a solas.



IV

No digáis que agotado su tesoro, 
de asuntos falta, enmudeció la lira: 
Podrá no haber poetas; pero siempre 
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso 
palpiten encendidas; 
mientras el sol las desgarradas nubes 
de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve 
perfumes y armonías; 
mientras haya en el mundo primavera, 
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance 
las fuentes de la vida, 
Y en el mar o en el cielo haya un abismo 
que al cálculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando, 
no sepa a dó camina; 
mientras haya un misterio para el hombre, 
¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma 
sin que los labios rían; 
mientras se llora sin que el llanto acuda 
a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza 
batallando prosigan; 
mientras haya esperanzas y recuerdos, 
¡Habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen 
los ojos que los miran; 
mientras responda el labio suspirando 
al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso 
dos almas confundidas; 
mientras exista una mujer hermosa, 
¡Habrá poesía!



XLI

Tú eras el huracán y yo la alta 
torre que desafía su poder: 
¡tenías que estrellarte o que abatirme! 
¡No pudo ser!

Tú eras el océano y yo la enhiesta 
roca que firme aguarda su vaivén: 
¡tenías que romperte o que arrancarme! ... 
¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados 
uno a arrollar, el otro a no ceder: 
la senda estrecha, inevitable el choque ... 
¡No pudo ser!



LII

Olas gigantes que os rompéis bramando 
en las playas desiertas y remotas, 
envuelto entre las sábanas de espumas, 
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas del huracán que arrebatáis 
del alto bosque las marchitas hojas, 
arrastrado en el ciego torbellino, 
¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo 
y en fuego encienden las sangrientas orlas, 
arrebatado entre la niebla oscura, 
¡llevadme con vosotras!

Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!