[Extraído de Ministerio de Educación, Gobierno de España. http://recursos.cnice.mec.es/lengua/alumnos/comentario_textos/]
LAZARILLO DE TORMES
Sentéme al cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, callé la merienda y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y disimuladamente miraba al desventurado señor mío, que no partía sus ojos de mis faldas, que aquella sazón servían de plato. Tanta lástima haya Dios de mí como yo había dél, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día. Pensaba si sería bien comedirme a convidalle; mas, por me haber dicho que había comido, temíame no aceptaría el convite. Finalmente, yo deseaba que el pecador ayudase a su trabajo del mío, y se desayunase como el día antes hizo, pues había mejor aparejo, por ser mejor la vianda y menos mi hambre.
Quiso Dios cumplir mi deseo, y aun pienso que el suyo; porque, como comencé a comer y él se andaba paseando, llegóse a mí y díjome:
-Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer que no le pongas gana, aunque no la tenga.
«La muy buena que tú tienes -dije yo entre mí- te hace parescer la mía hermosa».
Con todo, parescióme ayudarle, pues se ayudaba y me abría camino para ello, y díjele:
-Señor, el buen aparejo hace buen artífice. Este pan está sabrosísimo y esta uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor.
-¿Uña de vaca es?
-Sí, señor.
-Dígote que es el mejor bocado del mundo y que no hay faisán que así me sepa.
-Pues pruebe, señor, y verá qué tal está.
Póngole en las uñas la otra y tres o cuatro raciones de pan de lo más blanco. Y asentóseme al lado y comienza a comer como aquel que lo había gana, royendo cada huesecillo de aquéllos mejor que un galgo suyo lo hiciera.
COMENTARIO: “Sentéme al cabo del poyo...”, de El Lazarillo de Tormes
El texto que vamos a comentar pertenece a la novela El Lazarillo de Tormes, considerada la primera novela picaresca. Aunque este género tiene su momento de auge en el siglo XVII, en esta obra anónima, publicada por vez primera en 1554, ya aparecen los rasgos fundamentales del género:
- El protagonista es un pícaro, un anti-héroe, del que se narra la vida desde su infancia a la edad adulta.
- Asimismo, es criado de muchos amos.
- Se presenta una visión realista del mundo.
- Se utiliza la forma autobiográfica.
- La intención de la obra es de crítica y moralizante.
La intención del autor fue poner de manifiesto su visión antiheróica del mundo a través de la vida del insignificante Lázaro y, al mismo tiempo, hacer una crítica de la sociedad, fundamentalmente de la nobleza y el clero. Precisamente, su oposición a ciertas ideas y costumbres de la época es probablemente la causa de que el autor de la obra se haya mantenido en el anonimato hasta nuestros días.
La novela se divide en siete tratados. El Tratado 1º narra la niñez de Lázaro y su aprendizaje con el ciego; el 2º cuenta el episodio del clérigo avariento, en el que sigue la evolución psicológica del personaje; el 3º es el episodio del escudero, donde Lázaro aprende que la nobleza y la buena fama se basan en la mera apariencia; los tratados 4º y 6º son meramente episódicos y solo presentan nuevos amos; el 5º es el episodio del buldero y en él aprende que con mentiras y astucias se puede llevar una vida holgada; por último, en el 7º, Lázaro llega a lo que considera “la cumbre de toda buena fortuna”, afirmación irónica porque a lo único que ha llegado es a ser pregonero de vinos en Toledo y criado de un capellán con cuya protegida y amante se casa. La novela termina, pues, con el cierre de la evolución psicológica del personaje, que comenzó siendo un niño ingenuo y termina en ser un hombre conformado con su suerte.
El fragmento que comentamos pertenece al Tratado 3º, en el que el muchacho sirve a un escudero que no tiene absolutamente nada, por lo que el pobre Lázaro, compadecido, se siente obligado a alimentarlo, procurando no herir su dignidad. Corresponde a uno de los momentos más conmovedores de la novela: a Lázaro le han regalado una uña de vaca y algunas tripas cocidas que reparte con su amo. Al ver la altanería y, a la vez, el hambre de este, el pícaro se compadece del desventurado, preocupado siempre por aparentar una condición que no posee. Podemos considerar que el texto trata los temas de la solidaridad y la compasión, siendo también una crítica al comportamiento absurdo y orgulloso del que quiere mantener las apariencias, cueste lo que cueste.
El fragmento corresponde al nudo de Tratado 3º y podemos dividirlo en tres partes:
En el primer párrafo, el criado advierte el hambre del amo y, compadecido, siente el deseo de invitarle a comer.
A continuación, hallamos el gracioso diálogo entre los dos personajes. En él, el amo trata vanamente de disimular sus ganas de comer y el muchacho se las ingenia para invitarle a compartir con él la comida sin herir su dignidad.
Finalmente, Lázaro explica sucintamente cómo pone el pedazo de uña en las manos del escudero y describe, con mucha gracia, el modo en que el hambriento devora su parte comparando su escuálida figura con la de un galgo.
Nos encontramos con un narrador en 1ª persona, que es el propio Lázaro, de ahí el carácter autobiográfico de la novela.
Los personajes, Lázaro y el escudero, están descritos a través de una caracterización indirecta, es decir, sabemos cómo son a través de sus actos y de lo que dicen. El primero se compadece de su desventurado amo, al que no quiere herir en su dignidad. El segundo se muestra ridículo, intentando disimular su hambre, revoloteando en torno al criado y buscando la alabanza para atraerle y que le dé de comer. Los dos están perfectamente caracterizados por su forma de actuar y el Lázaro narrador, además, nos transmite su pensamiento acerca de cuanto sucede. Lázaro es, además, un personaje redondo, con una psicología compleja. Se nos muestra como un ser profundamente humano y caritativo a pesar de su pobreza y marginación. El lector conoce las triquiñuelas con las que había intentado engañar a sus anteriores amos y de las duras venganzas de las que es capaz para desquitarse de la crueldad de sus señores (como en el caso del mal ciego cuando le hace topar con el toro de piedra), sin embargo, aquí descubrimos a un Lázaro solidario, profundamente humano, a pesar de su pobreza, sus sufrimientos y su marginación. El escudero, sin embargo, es un arquetipo, la personificación de una nobleza empobrecida y pusilánime cargada de vanidad y egoísmo.
El espacio en que se desarrolla la escena es un lugar cerrado, en el ámbito de la casa del amo, situada a su vez en un entorno urbano. En cuanto al tiempo, los hechos transcurren en un orden lineal, durante el transcurso de la comida. El tiempo histórico es el siglo XV, la época de su anónimo autor.
En lo que se refiere a la técnica y al estilo, el uso del diálogo dota al fragmento de un carácter casi teatral. Se observan muchos recursos literarios: juegos de palabras (“Póngole en las uñas la otra”) para dar cuenta del hambre del amo; repeticiones (sentí / sentía; pasado / pasaba; ayudarle /ayudaba) típicas del registro coloquial; comparaciones ; ironía y burla (“la muy buena que tú tienes te hace parecer la mía hermosa”, refiriéndose al hambre de su amo); hipérbole (al escudero le parece más apetitosa la uña que un faisán); paronomasia (“como comencé a comer”). El diálogo ágil, junto con los recursos descritos, hacen del fragmento un pasaje de gran plasticidad y de fácil recreación en la mente del lector. En cuanto al lenguaje, contrasta el de Lázaro (cargado de gracejo, llano, sin afectación alguna) que reproduce el habla coloquial, con la afectación y grandilocuencia de la retórica forma de hablar del escudero.
Por último, y a modo de conclusión, diremos que la evidente crítica social que se desprende del libro, y de este fragmento también, justifica el deliberado propósito del autor de permanecer en el anonimato. Los personajes, el lenguaje y el ambiente del texto corresponden a un mundo de marginados sociales. Con un estilo sencillo, alejado de toda artificiosidad, el autor de El Lazarillo, nos muestra la dura vida del niño pícaro, su lucha por sobrevivir en un mundo inhóspito y cruel en el que los débiles son aplastados, en el que la justicia no existe. En este fragmento en concreto, se nos aparece, sin embargo, un Lázaro muy diferente del que se venga del mal ciego en el Tratado primero; aquí vemos a un Lázaro compadecido de las miserias del escudero, que resulta ser más débil que su propio criado, víctima de un absurdo honor que le obliga a guardar las apariencias a costa de casi morir de hambre.
RIMA IV (Gustavo Adolfo Bécquer)
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!
MODELO DE COMENTARIO: Rima IV, de Gustavo Adolfo Bécquer
La poesía de Bécquer se encuadra dentro de la llamada poesía postromántica. Algunos de los rasgos de esta poesía son los siguientes:
- Lenguaje depurado y profundo que huye, sin embargo, de toda afectación.
- Intimismo e idealismo.
- Tendencia a la rima asonante y a romper con las convenciones formales de la lírica
En la rima que nos ocupa, aparece una de las ideas clave de la poética becqueriana: la existencia de la poesía en la naturaleza misma, concebida como una fuerza universal e intemporal, que existe con independencia de los poetas.
El contenido del poema, se estructura de la siguiente manera:
La primera estrofa introduce el tema a través de una metáfora en la que identifica al poeta con una lira: la poesía existe más allá del poeta. En las cuatro estrofas siguientes, Bécquer desarrolla esta idea. En la segunda, afirma que la poesía está en la naturaleza, en los amaneceres, en los perfumes de la primavera, en todo lo que exalta el sentimiento. Como buen romántico, añade en la tercera que mientras exista el misterio de la vida, el deseo de alcanzar lo inalcanzable, habrá poesía. En la cuarta estrofa destaca que la poesía está en los sentimientos, en la lucha entre la razón y el espíritu, en la esperanza y en los recuerdos. Finalmente, concluye, en la quinta y última estrofa, identificando amor y poesía.
En lo referente a la métrica, vemos que Bécquer, lejos de las estrofas tradicionales, combina versos endecasílabos y heptasílabos, uno de los cuales actúa como estribillo (“Habrá poesía”), con rima asonante en los pares.
Atendiendo al lenguaje y estilo, comprobamos que el paralelismo y la anáfora (“habrá poesía”, “mientras”) sirven al poeta para subrayar su mensaje. Tras los cuatro versos introductorios, en el penúltimo verso de cada estrofa se encuentra la palabra clave o símbolo de la respectiva realidad poética. La primera es “primavera”; la segunda, “misterio para el hombre”; la tercera, “esperanzas y recuerdos”; y la última “mientras exista una mujer hermosa” (símbolo del amor y de la belleza suprema).
En cuanto a las imágenes, buscan en algunos casos sugerir armonía y unión mediante la personificación de la naturaleza. Así, el aire lleva en su regazo perfumes y armonías, las ondas de la luz al beso palpitan y el sol viste de fuego y oro a las nubes. Destacan también la metáfora lira-poeta, las construcciones paradójicas (ríe el alma sin que los labios rían; se llora sin que el llanto acuda a nublar la pupila), las metonimias (alma, labio, pupila) y la antítesis cabeza-corazón, tan característica del sentir romántico.
En conclusión, la rima analizada responde a las características del espíritu y la poesía románticas que cristalizaron en la obra tardía de Bécquer, desde el tema del poema, que indaga sobre la poesía, al predominio del sentimiento y la hondura poética. Es una poesía que brota del alma, desnuda el sentimiento y, sin artificios, dentro de una forma libre, despierta la fantasía y el deseo de libertad.
EL SÍ DE LAS NIÑAS, de Leandro Fernández de Moratín
Escena VIII
DON DIEGO, DOÑA FRANCISCA.
DON DIEGO.- ¿Usted no habrá dormido bien esta noche?
DOÑA FRANCISCA.- No, señor. ¿Y usted?
DON DIEGO.- Tampoco.
DOÑA FRANCISCA.- Ha hecho demasiado calor.
DON DIEGO.- ¿Está usted desazonada?
DOÑA FRANCISCA.- Alguna cosa.
DON DIEGO.- ¿Qué siente usted? (Siéntase junto a DOÑA FRANCISCA.)
DOÑA FRANCISCA.- No es nada... Así un poco de... Nada... no tengo nada.
DON DIEGO.- Algo será, porque la veo a usted muy abatida, llorosa, inquieta... ¿Qué tiene usted, Paquita? ¿No sabe usted que la quiero tanto?
DOÑA FRANCISCA.- Sí, señor.
DON DIEGO.- Pues ¿por qué no hace usted más confianza de mí? ¿Piensa usted que no tendré yo mucho gusto en hallar ocasiones de complacerla?
DOÑA FRANCISCA.- Ya lo sé.
DON DIEGO.- ¿Pues cómo, sabiendo que tiene usted un amigo, no desahoga con él su corazón?
DOÑA FRANCISCA.- Porque eso mismo me obliga a callar.
DON DIEGO.- Eso quiere decir que tal vez soy yo la causa de su pesadumbre de usted.
DOÑA FRANCISCA.- No, señor; usted en nada me ha ofendido... No es de usted de quien yo me debo quejar.
DON DIEGO.- Pues ¿de quién, hija mía?... Venga usted acá... (Acércase más.) Hablemos siquiera una vez sin rodeos ni disimulación... Dígame usted: ¿no es cierto que usted mira con algo de repugnancia este casamiento que se la propone? ¿Cuánto va que si la dejasen a usted entera libertad para la elección no se casaría conmigo?
DOÑA FRANCISCA.- Ni con otro.
DON DIEGO.- ¿Será posible que usted no conozca otro más amable que yo, que la quiera bien, y que la corresponda como usted merece?
DOÑA FRANCISCA.- No, señor; no, señor.
DON DIEGO.- Mírelo usted bien.
DOÑA FRANCISCA.- ¿No le digo a usted que no?
DON DIEGO.- ¿Y he de creer, por dicha, que conserve usted tal inclinación al retiro en que se ha criado, que prefiera la austeridad del convento a una vida más...?
DOÑA FRANCISCA.- Tampoco; no señor... Nunca he pensado así.
DON DIEGO.- No tengo empeño de saber más... Pero de todo lo que acabo de oír resulta una gravísima contradicción. Usted no se halla inclinada al estado religioso, según parece. Usted me asegura que no tiene queja ninguna de mí, que está persuadida de lo mucho que la estimo, que no piensa casarse con otro, ni debo recelar que nadie dispute su mano... Pues ¿qué llanto es ése? ¿De dónde nace esa tristeza profunda, que en tan poco tiempo ha alterado su semblante de usted, en términos que apenas le reconozco? ¿Son éstas las señales de quererme exclusivamente a mí, de casarse gustosa conmigo dentro de pocos días? ¿Se anuncian así la alegría y el amor? (Vase iluminando lentamente la escena, suponiendo que viene la luz del día.)
DOÑA FRANCISCA.- Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales desconfianzas?
DON DIEGO.- ¿Pues qué? Si yo prescindo de estas consideraciones, si apresuro las diligencias de nuestra unión, si su madre de usted sigue aprobándola y llega el caso de...
DOÑA FRANCISCA.- Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.
DON DIEGO.- ¿Y después, Paquita?
DOÑA FRANCISCA.- Después... y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.
DON DIEGO.- Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplearme todo en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.
DOÑA FRANCISCA.- ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.
DON DIEGO.- ¿Por qué?
DOÑA FRANCISCA.- Nunca diré por qué.
DON DIEGO.- Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy ignorante de lo que hay.
DOÑA FRANCISCA.- Si usted lo ignora, señor Don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto lo sabe usted, no me lo pregunte.
DON DIEGO.- Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.
DOÑA FRANCISCA.- Y daré gusto a mi madre.
DON DIEGO.- Y vivirá usted infeliz.
DOÑA FRANCISCA.- Ya lo sé.
DON DIEGO.- Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo mandan, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.
DOÑA FRANCISCA.- Es verdad... Todo eso es cierto... Eso exigen de nosotras, eso aprendemos en la escuela que se nos da... Pero el motivo de mi aflicción es mucho mas grande.
DON DIEGO.- Sea cual fuere, hija mía, es menester que usted se anime... Si la ve a usted su madre de esa manera, ¿qué ha de decir?... Mire usted que ya parece que se ha levantado.
DOÑA FRANCISCA.- ¡Dios mío!
DON DIEGO.- Sí, Paquita; conviene mucho que usted vuelva un poco sobre sí... No abandonarse tanto... Confianza en Dios... Vamos, que no siempre nuestras desgracias son tan grandes como la imaginación las pinta... ¡Mire usted qué desorden éste! ¡Qué agitación! ¡Qué lágrimas! Vaya, ¿me da usted palabra de presentarse así..., con cierta serenidad y...? ¿Eh?
DOÑA FRANCISCA.- Y usted, señor... Bien sabe usted el genio de mi madre. Si usted no me defiende, ¿a quién he de volver los ojos? ¿Quién tendrá compasión de esta desdichada?
DON DIEGO.- Su buen amigo de usted... Yo... ¿Cómo es posible que yo la abandonase... ¡criatura!..., en la situación dolorosa en que la veo? (Asiéndola de las manos.)
DOÑA FRANCISCA.- ¿De veras?
DON DIEGO.- Mal conoce usted mi corazón.
DOÑA FRANCISCA.- Bien le conozco. (Quiere arrodillarse; DON DIEGO se lo estorba, y ambos se levantan.)
DON DIEGO.- ¿Qué hace usted, niña?
DOÑA FRANCISCA.- Yo no sé... ¡Qué poco merece toda esa bondad una mujer tan ingrata para con usted!... No, ingrata no; infeliz... ¡Ay, qué infeliz soy, señor Don Diego!
DON DIEGO.- Yo bien sé que usted agradece como puede el amor que la tengo... Lo demás todo ha sido... ¿qué sé yo?..., una equivocación mía, y no otra cosa... Pero usted, ¡inocente! usted no ha tenido la culpa.
DOÑA FRANCISCA.- Vamos... ¿No viene usted?
DON DIEGO.- Ahora no, Paquita. Dentro de un rato iré por allá.
DOÑA FRANCISCA.- Vaya usted presto. (Encaminándose al cuarto de DOÑA IRENE, vuelve y se despide de DON DIEGO besándole las manos.)
DON DIEGO.- Sí, presto iré.
COMENTARIO
El presente fragmento es un texto teatral, como corrobora la presencia del diálogo directo entre los dos personajes protagonistas sin el acompañamiento de ningún narrador intermediario, así como por el empleo de acotaciones para indicar los movimientos de los personajes (Siéntase junto a doña Francisquita.) o los cambios de tiempo (Vase iluminando el teatro lentamente, suponiendo que viene la luz del día). Se trata de la escena VIII del tercer acto de El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, máximo exponente del teatro de la Ilustración. La escena que nos ocupa es determinante en la comedia, pues supone el paso del nudo al desenlace, tránsito que aparece simbolizado por la luz (Vase iluminando el teatro lentamente, suponiendo que viene la luz del día). Con el amanecer, se aclarán también los problemas imponiéndose la razón, el sentido común, como no podía ser de otra manera en una obra y en un autor enclavados fielmente en la estética neoclásica propia del siglo XVIII, también llamado de la Ilustración o de las Luces.
El tema del fragmento es la crítica a la educación del momento, ese adoctrinar a la juventud en el disimulo y la hipocresía, así como sus consecuencias en lo relativo al matrimonio, si no se contrae libremente. De esta forma, con una actitud didáctica, Moratín intenta avisarnos de las situaciones injustas y dramáticas que se derivan de una educación equivocada.
La acción se ubica en una posada de Alcalá de Henares y en las horas anteriores al amanecer.
En este texto se pueden apreciar tres partes:
Una primera en que tras un breve intercambio comunicativo totalmente intrascendente sujeto a las normas de cortesía en el inicio de cualquier conversación, don Diego, preocupado, indaga sobre las lágrimas y el silencio de Paquita con la intención de que ésta hable y muestre sus sentimientos, pues él ya está enterado de los sentimientos de la joven hacia su sobrino.
Una segunda parte en la que don Diego, al no obtener una respuesta convincente ya que Paquita muestra su determinación de complacer a su madre aun a costa de su propia felicidad, diserta acerca de los defectos de la educación que se da a las mujeres en su tiempo.
Una tercera parte, en la que don Diego, asumiendo ya un papel de padre, más que de galán enamorado, ofrece su apoyo a Paquita.
Moratín transmite su pensamiento a través de las palabras del protagonista, mostrando una situación muy común en la época: los casamientos en los que la diferencia de edad y la falta de amor tenían nefastas consecuencias. Precisamente, el extenso parlamento de don Diego, casi al final de la escena, es una exposición de las ideas ilustradas: “Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo mandan, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.”
Los personajes, se nos presentan a través de sus propias palabras, mediante el diálogo dramático. La serenidad y seguridad con que se expresa don Diego no es la de alguien que necesita respuesta a las preguntas que ha hecho y a las que no ha recibido contestación satisfactoria. El lector comparte con él el conocimiento de los sentimientos que anidan en Paquita, aunque el reparto de la información es desigual, pues la joven ignora que don Diego está al tanto de todo. Las cualidades del caballero se hacen patentes en esta escena: la ponderación (¿Por qué no hace usted más confianza de mí? ¿Piensa usted que no tendré yo mucho gusto en hallar ocasiones de complacerla?), el buen sentido (¿Cuánto va, que si la dejasen a usted entera libertad para la elección no se casaría conmigo?), la generosidad (¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor?), su paternal amor hacia Paquita (¿No sabe usted que la quiero tanto?), su toma de posición a favor de la muchacha y en contra de doña Irene, que es lo mismo que decir al lado del sentido común y de la razón, frente a la autoridad irracional (¿Cómo es posible que yo la abandonase?). Don Diego es un hombre que se guía por la razón, sensible, con empatía hacia el que sufre.
En contraste, Paquita es una joven inexperta, fruto de una educación errónea que la lleva a obedecer a su madre aun a costa de su felicidad. En esta escena, aparece caracterizada como una muchacha que, a pesar de que sabe lo que quiere, se resigna a casarse con alguien a quien no ama presionada por su madre. También se menciona en el fragmento a doña Irene, que aparece como la madre autoritaria, responsable de todo el problema planteado en la obra, por interés y egoísmo.
Como corresponde al origen ilustre de los personajes y al decoro exigido por las normas neoclásicas, el lenguaje de la obra es culto, con giros complejos (“¿Piensa usted que no tendré yo mucho gusto en hallar ocasiones de complacerla?”, “Tal vez yo soy la causa de su pesadumbre de usted”, “Pérfida disimulación”). Destacan también el constante tratamiento de usted que, además, sirve para poner de manifiesto la distancia irreparable entre Paquita y don Diego; los conectores extraoracionales que unen unos parlamentos con otros (“Y daré gusto a mi madre”, “Y vivirá usted infeliz”); las constantes anáforas (“¡Qué obstinado, qué imprudente silencio!”); la reiteración de palabras (“Todo eso es cierto… eso exigen de nosotras. Eso aprendemos en la escuela...”); el tiempo verbal en presente, propio de un diálogo teatral (“Conviene mucho que usted vuelva un poco sobre sí”), y el frecuente uso de los puntos suspensivos para evocar las detenciones propias del empleo oral de la lengua (Su buen amigo de usted... Yo... ¿Cómo es posible que yo la abandonase... ¡criatura!...).
Por lo que respecta al estilo, destacan las anáforas (“Usted no se halla… Usted me asegura… que no tiene…, que está persuadida…, que no piensa…”), paralelismos (“Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo manden…”), enumeraciones (“el temperamento, la edad ni el genio; el temor, la astucia y el silencio; un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos”), bimembraciones (“su compañero y su amigo; mi conato y mis diligencias; esa aflicción y esas lágrimas; desmienta y oculte; callar y mentir”) e interrogaciones retóricas (“Son estas las señales de quererme exclusivamente a mí, de casarse gustosa conmigo dentro de pocos días? ¿Se anuncian así la alegría y el amor?”). Con ellos, se pone de manifiesto la ponderación y el talante sereno de don Diego, que elabora paso a paso su razonamiento, acumulando datos y argumentos sobre una misma idea, expresándose con parlamentos largos, mediante juicios y argumentaciones que sirven para caracterizarlo como una persona para quien todo ha de ser razonable. Paquita, con sus réplicas breves, de sintaxis entrecortada, manifiesta la prudencia de quien teme decir más de lo que quisiera.
La escasez de adjetivación tiene que ver con la estética neoclásica que propugna un uso puramente instrumental de la lengua, la cual alcanzará su mayor calidad cuanto más transparente se ofrezca: “No señor, usted en nada me ha ofendido. No es de usted de quien yo me debo quejar”.
Un rasgo sintáctico característico de Moratín es el laísmo, tan presente en este fragmento: “enseñarla a que”, “todo se las permite”.
En conclusión, se trata de un texto literario del género teatral que se mantiene vigente por su intemporalidad, en el que se denuncia la educación mal entendida, la obediencia ciega contra natura y contra las leyes de la razón, la hipocresía en lugar de la sinceridad, el disimulo en vez de la espontaneidad, el guardar silencio ante la injusticia, ante la sinrazón. Para los ilustrados éste era el principio de muchos de los males que acosaban a la sociedad del siglo XVIII. Temas, todos ellos que resultan vigentes por los mismos o por otros motivos, en la sociedad actual.